En una noticia que sorprendió a propios y extraños, Alemania se dijo dispuesta a diseñar, construir y operar un portaaviones en conjunto con Francia rumbo a la próxima década.
El lunes 11 de marzo, la canciller alemana Angela Merkel se dijo interesada y “contenta” de apoyar la idea, como parte del proceso de alineación en materia de política de defensa entre su país y el vecino francés.
Alemania nunca ha tenido portaaviones y, a diferencia de Francia, su política marítima y estrategia naval jamás ha considerado si quiera la posibilidad de contar con este tipo de capacidades estratégicas, ciertamente de proyección.
Las voces críticas, sobretodo aquellas todavía enfrascadas en una contextualización mahaniana del mar y su dominio, no se hicieron esperar.
¿Para qué quiere Alemania operar un portaaviones -un medio naval de proyección estratégica- si el país persigue una política exterior y de defensa predominantemente pasiva y, hay que decirlo, timorata?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla, y reviste de una complejidad mayor si uno analiza el declive sostenido de las capacidades navales alemanas, como lo explica de manera magistral Jeremy Stöhs en su libro “The decline of European naval forces”.
A partir del fin de la Guerra Fría -sostiene el autor- la Deutsche Marine sufrió un recorte constante de presupuesto que terminó golpeando seriamente la capacidad de Alemania de construir, mantener y operar una flota acorde con su peso económico.
Mientras que naciones como Francia, Italia o incluso España ven en sus fuerzas navales un medio fundamental para influir en el escenario internacional, Alemania se encuentra enfrascada en un debate aparentemente interminable sobre el papel de sus fuerzas armadas en la región y el mundo.
Pero lo anterior es, en realidad, producto de una crisis mucho más profunda: Alemania no ha podido -¿querido?- definir, prácticamente desde 1991, qué papel desea jugar como potencia económica rumbo al siglo XXI.
Por tanto, sus fuerzas navales sufren las consecuencias: cuando no se tiene un rumbo político-estratégico claro, los medios y capacidades palidecen frente a un escenario marítimo cambiante, exigente y profundamente evolutivo.
En Alemania se preguntan si deben dar prioridad al desarrollo de sistemas de Anti-Acceso / Negación de Área para el Mar Báltico y Mar del Norte, frente un hipotético conflicto con Rusia; o si, por el contrario, deben incrementar sus capacidades para participar en operaciones de seguridad marítima en zonas distantes, ya sea coaligados o incluso de forma independiente.
Es en ese contexto que el mensaje de Merkel llama profundamente la atención, y debe ser analizado en su más profunda complejidad: pareciera que, después de tres décadas de indefinición política, Alemania comienza a dilucidar un rol internacional mucho más activo y “lean forward”.
El anuncio de la eventual construcción de un portaaviones con Francia, más allá de su concreción, cumple un papel comunicacional perfectamente definido: Merkel sabe que su partida no sólo significa el fin de una era política, sino el inicio de una Alemania más proactiva, y eso incluirá necesariamente a sus fuerzas armadas.
En un mundo globalizado, donde más del 90% del comercio depende del mar, hace sentido que la Deutsche Marine incremente su presencia para proteger las vías marítimas de comunicación que le dan viabilidad a su economía exportadora.
No nos sorprenda ver, de aquí a 10 años, buques alemanes patrullando el estrecho de Malaca, junto a sus pares ingleses y franceses.
Al tiempo.
Pd. Para una lectura más estratégica, se recomienda: