Un fantasma recorre México, el fantasma del cortoplacismo.
En El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz hace un profundo análisis de los procesos históricos que han dado vida a la nación mexicana. Pero el autor va más allá y profundiza cómo se ha moldeado la idiosincrasia del mexicano y la manera en que éste se relaciona con su entorno.
Para Octavio Paz, el mexicano es producto inconfundible de una historia violenta, a caso triste, donde los grandes mitos nacionales han servido más para ocultar la tragedia nacional que para marcar un camino común hacia el futuro.
Entre líneas, el autor deja entrever que el mexicano es un embajador de la tradición, de las formas y de la liturgia social y política. No le apetece innovar o cambiar, no porque no pueda, sino porque le aterra correr el riesgo a equivocarse.
Prefiere, ante todo, el recurso de la simulación. Solo ahí se siente cómodo para plantarle cara al futuro, ese que no entiende y que su duro presente le impide imaginar.
Después de todo, ¿cómo puede el mexicano -de hecho, el latinoamericano en general- visualizarse más allá de su condición actual, cuando proviene de una historia de cacicazgos e instituciones sociopolíticas piramidales, cerradas y reacias al cambio?
De hecho, como señala el prospectivista argentino Eduardo Raúl Balbi, la imposibilidad de imaginar y diseñar futuro -esto es, pensar estratégicamente- se debe a la ignorancia de “…una cultura dirigencial (o de los liderazgos en todas sus versiones, tanto públicos como privados) orientada a lo inmediato, al corto plazo, a lo urgente, o a lo que produce réditos de imagen”.
Si bien Balbi se refiere al latinoamericano en general, el caso mexicano cabe perfectamente en su definición de una sociedad incapaz de pensar más allá de su coyuntura.
Pareciera, dice el autor sudamericano, que en nuestra cultura no sólo se evita pensar estratégicamente, sino que se premia a quien reacciona ante lo inmediato: “…esta conducta, establecida y aceptada como normal y eficiente, va llevando inexorablemente a una grave distorsión: atender lo urgente y desatender lo importante”.
Los críticos de esta visión pudieran argumentar que la sobre valorización de lo inmediato es una condición propiamente humana, y no exclusiva del mexicano o del latinoamericano.
Sin embargo, si bien es cierto que en todas las sociedades del mundo persiste esa dicotomía entre la reacción al presente y la anticipación estratégica, es un hecho que las naciones más desarrolladas cultivan -al menos dentro sus liderazgos- un sentido de responsabilidad histórica más allá de la circunstancia.
El pensamiento estratégico es, parafraseando al estratega Colin S. Grey, producto de un proceso intelectual que demanda un ejercicio constante de imaginación creativa; y para que ese ejercicio creativo se de, se requiere al menos de una visión positiva del futuro.
En todo caso, ¿para qué queremos imaginar el futuro si tenemos una perspectiva negativa o fatalista del mismo?
Y ese es precisamente mi punto: el mexicano en particular y el latinoamericano en general parecen temerle al futuro, como si éste estuviese ya definido por un líder político, un cacique moderno o un iluminado intelectual. Como si ya no hubiese nada que hacer.
Comento esto porque en diversas conversaciones recientes, donde suele abordarse la coyuntura política nacional o regional, he palpado un terrible sentimiento de derrota anticipada sobre el futuro.
Personalmente creo que ese sentimiento proviene, precisamente, del miedo a pensar y pensarse diferente; o lo que es lo mismo, a atreverse a pensar estratégicamente.
Por ello, creo que el papel de las universidades y centros de pensamiento estratégico privados y públicos es hoy en día más importante que nunca.
Apostar por el pensamiento estratégico puede tener sus riesgos, le decía a un buen amigo de las FFAA en México con quien comparto el interés por estos temas, pero lanzarnos al ostracismo de lo inmediato es todavía peor.
En estos tiempos de post verdad, donde los datos y la información verídica y verificable parecen irrelevantes, es cuando más debemos apoyarnos en los pocos faros de pensamiento estratégico que permanecen vivos en nuestro país: los hay en la propia Armada, pero también en el Ejército, en el Colegio de México o la UNAM.
Si el mexicano y el latinoamericano le temen al futuro, lo que más debemos hacer es insistir, una y otra vez, que el pensamiento estratégico no es un lujo académico o patrimonio de unos cuantos, sino un verdadero activo nacional que debe atesorarse y protegerse.
Si el pensamiento estratégico palidece, pierde México y perdemos todos.
Excelente artículo
Muy bueno el artículo…
Desgraciadamente la historia “mexica”, está marcada por la derrota… en la guerra de reforma había un general al que apodaban “el general derrotas”…
Excelente pluma y pensamiento, felicidades. Cada vez mejor.
me gusta lo de la anticipación estratégica. el futuro si bien no lo podemos anticipar pero si podemos estudiar, analizar e incluso diseñar el Ambiente Estratégico en sus variados grados.
Cualquiera que haya nacido con los talentos y tenga la oportunidad de desempeñarse como teórico, estratega o táctico pueden participar para hacer esto posible.